viernes, 17 de agosto de 2012

Errante / T

Con la trémula y primeriza luz del alba
Aaron abría un libro de cuero negro,
un volumen adquirido en las calles de Praga,
y con gran expectación comenzaba a leerlo:

[...]

Su voz es puro hielo,
sus manos, roca caliza,
su boca es licor ardiendo,
y su corazón una bandera raída.

Cínico en sus palabras,
voraz es su roce agudo, 
ignívomo en un beso que amarga,
desacompasado, perdido y sin pulso.

Fragmentado en siete piezas,
de madera o de un metal pesado,
astillado, se va hundiendo en mis venas
que derramaron su recuerdo, en vano.

Estéril por la experiencia
que sembrara una inmortal pasión,
es incapaz de superar su pérdida
acusándose a sí mismo de traición.

El camino que con desatino ha elegido
no permite el retroceso,
su alma emana el azufre previsto
que inunda todos los rincones de su pecho.

Cuando el invierno llame a su puerta
y la muerte le venga a buscar,
tendrá que huir de la sangrienta contienda
que se librará en el abismo, del infierno umbral.

[...]

Se oyó un fuerte golpe seco,
un llanto ahogado
no fue sino el viejo libro cayendo al suelo,
no fue sino la rabia de una mentira ocultada bajo candado.