jueves, 17 de diciembre de 2009

Abierto al mundo

Cierto día, en clase, miraba por la ventana, (mientras me balanceaba en mi estupenda silla verde, claro); en ese momento no hacía otra cosa que contemplar el paisaje a través de los no precisamente nítidos cristales del aula. Ni siquiera oía las continuas explicaciones de mi profesora de Literatura Universal, (que suelen resultarme interesantes).

En aquel instante mis ojos se movían al son de los acordes melodiosos del vaivén de la suave pero gélida brisa de invierno. Mis pupilas seguían con la curiosidad de la niña que soy, los rápidos movimientos de las hojas, levantadas por las intermitentes ráfagas de aire. Mis iris hacían el esfuerzo de contraer y dilatar mis pupilas, al tiempo que, las nubes se ocultaban y jugaban a esconderse detrás del sol.
El paisaje que ante mí se abría, impresionaba y captaba mi atención cual obra de Monet, la ladera de la montaña se abrigaba bajo una gruesa capa de pura nieve. El cielo, envuelto en llamas por el amanecer. El pueblo y toda su arquitectura, bañados en un suave barniz de fresca luz matutina...

Y yo, encerrada en el aula, eso sí, haciendo un fascinante ejercicio de literatura automática con 30 amigos y compañeros en mi misma clase, ya que que medio personal docente estaba de huelga. No obstante, nosotros, los chavales, a dar clase, como acostumbramos a hacer cada día...


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